Manuel Rivas me da una manzana
Mientras escribo estas notas, digiero una manzana. Permanece
en mi memoria la dulzura de su zumo, su textura tersa y crujiente, el color
rojo de su piel brillante, perfecta. Sin duda me nutre una metáfora, pues lo
que estoy digiriendo no es otra cosa. Me la dio Manuel Rivas, el escritor
gallego. Entre los 300 asistentes a los encuentros de Clubes de Lectura, me
eligió a mí como merecedor de la fruta. Bueno, en parte, quizá fuera también
porque estaba en primera fila situado justo en frente. Y porque, además, seguro
que leyó en mi semblante la expresión “a mí, a mí”. Me miró, buscó un
asentimiento y me la lanzó. Sin dudarlo, le di un mordisco porque tenía hambre,
ese apetito que despiertan los sabios, el deseo de participar un poquito de su
sabia nutricia, de mascar el alimento
dado por su mano, como si en su ingesta, algo perdurara de él en mi interior.
Rivas, el de barbas.
Todo escritor es un seductor, un prestidigitador de la
palabra que busca el embeleso de quien lo escucha. Así Rivas, se ha ganado al
nutrido auditorio de lectoras y lectores, causando admiración con su prodigiosa
memoria, exhibiendo un vasto repertorio de cuentos, citas y anécdotas
personales. Conduciéndonos por caminos sinuosos con paisajes cuyo destino
ignorábamos. Es lo que busca cualquier lector, la “admiratio”, el asombro que
provoca el “saber” y la magia del “saber contar”. Todo para acrecentar nuestro
apetito por aprender, nuestra sed de fantasía.
Al principio de la conferencia, mientras se disparaban los
flashes, él ha sacado una cajita negra que ha colocado sobre la mesa entre él y
el auditorio. Decía que era una “cámara oscura”, que perforado en el círculo
blanco un agujerito permitiría pasar la luz y así se introduciría la imagen del
mundo que tenía frente a él. Una especie de reconstrucción de lo de fuera, a
escala. Al final de la conferencia, con cierto paripé, siguiendo con el tono de
humor, ha abierto la caja y ha sacado primero una esfera de cristal, que, por
supuesto, contenía dentro todo lo que le rodeaba, como es bien sabido. Y
después, ha sacado una metáfora en forma de manzana. Es la que me ha lanzado,
el propio Rivas con sus manos, la que yo he comido con mis dientes. Ahora me
siento bien, bien alimentado, y una extraña felicidad recorre mi cuerpo, pues he comido una manzana, como Adán, como
Blancanieves. Sólo que esta manzana no me va a expulsar del paraíso de la
literatura, ni me va a destilar el veneno de la ficción, pues ya estoy
contaminado.
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