sábado, 26 de octubre de 2013

Manuel Rivas me da una manzana



Manuel Rivas me da una manzana

Mientras escribo estas notas, digiero una manzana. Permanece en mi memoria la dulzura de su zumo, su textura tersa y crujiente, el color rojo de su piel brillante, perfecta. Sin duda me nutre una metáfora, pues lo que estoy digiriendo no es otra cosa. Me la dio Manuel Rivas, el escritor gallego. Entre los 300 asistentes a los encuentros de Clubes de Lectura, me eligió a mí como merecedor de la fruta. Bueno, en parte, quizá fuera también porque estaba en primera fila situado justo en frente. Y porque, además, seguro que leyó en mi semblante la expresión “a mí, a mí”. Me miró, buscó un asentimiento y me la lanzó. Sin dudarlo, le di un mordisco porque tenía hambre, ese apetito que despiertan los sabios, el deseo de participar un poquito de su sabia nutricia,  de mascar el alimento dado por su mano, como si en su ingesta, algo perdurara  de él en mi interior. 
                                          Rivas, el de barbas.

Todo escritor es un seductor, un prestidigitador de la palabra que busca el embeleso de quien lo escucha. Así Rivas, se ha ganado al nutrido auditorio de lectoras y lectores, causando admiración con su prodigiosa memoria, exhibiendo un vasto repertorio de cuentos, citas y anécdotas personales. Conduciéndonos por caminos sinuosos con paisajes cuyo destino ignorábamos. Es lo que busca cualquier lector, la “admiratio”, el asombro que provoca el “saber” y la magia del “saber contar”. Todo para acrecentar nuestro apetito por aprender, nuestra sed de fantasía.
Al principio de la conferencia, mientras se disparaban los flashes, él ha sacado una cajita negra que ha colocado sobre la mesa entre él y el auditorio. Decía que era una “cámara oscura”, que perforado en el círculo blanco un agujerito permitiría pasar la luz y así se introduciría la imagen del mundo que tenía frente a él. Una especie de reconstrucción de lo de fuera, a escala. Al final de la conferencia, con cierto paripé, siguiendo con el tono de humor, ha abierto la caja y ha sacado primero una esfera de cristal, que, por supuesto, contenía dentro todo lo que le rodeaba, como es bien sabido. Y después, ha sacado una metáfora en forma de manzana. Es la que me ha lanzado, el propio Rivas con sus manos, la que yo he comido con mis dientes. Ahora me siento bien, bien alimentado, y una extraña felicidad recorre mi cuerpo, pues  he comido una manzana, como Adán, como Blancanieves. Sólo que esta manzana no me va a expulsar del paraíso de la literatura, ni me va a destilar el veneno de la ficción, pues ya estoy contaminado.